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Guerrero está en Phoenix, Estados Unidos, haciendo la última etapa de su recuperación
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Lleva más de 215 días sin jugar oficialmente
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"Lo que más quiero en la vida es volver a las canchas”, admite
A los 38 años, Paolo Guerrero no le teme al tiempo. Lo enfrenta a diario. Ahora lo enfrenta en Phoenix, Estados Unidos. Está allí desde el 3 de mayo. Se quedará hasta el 15. Dejó Perú para enfocarse en su recuperación. Por unos días, se alejó de su círculo. No quería compromisos que lo desconcentraran. Precisaba calma.
Sus días en Phoenix son idénticos. De lunes a lunes. Se despierta temprano y Rodrigo Araya, su fisioterapeuta personal desde diciembre, su único compañero en Estados Unidos, le prepara el desayuno. A las 10 de la mañana llega a Exos. Exos es el sitio que eligió para esta etapa de recuperación, la última: un centro de entrenamiento en el que, según Paolo, “está todo lo necesario para trabajar tranquilo”.
Ahí afronta una sesión que se complejiza día a día: hace ejercicios de flexibilidad, de fuerza, trabajos progresivos de carga. El tramo puede durar dos horas y media. Después, el almuerzo, el descanso. A la tarde insiste: terapia manual, ejercicios de zona media. Y al final, como si fuese un premio al trabajo, sale al campo a correr: acelera, frena, se exige. En Phoenix, el entrenamiento de Paolo Guerrero puede terminar a las ocho de la noche.
Guerrero corre solo en Phoenix, Estados Unidos, a los 38 años. Después de una rotura de ligamentos cruzados, de una recuperación fallida, de una fibrosis que no lo dejaba en paz. Después de otra cirugía. Guerrero, que no le teme al tiempo, que asegura que está “muy bien”, corre contra el tiempo: el 13 de junio, Perú juega la repesca internacional en busca de un cupo en la Copa Mundial de la FIFA Catar 2022. -Tengo fuerza para pasar por este proceso porque el fútbol es mi pasión. Es mi vida. Si yo no juego al fútbol me siento muerto. Me siento… incapacitado. No sé. No sé cómo explicar lo que significa. Es mi vida y es imposible dejarlo. Pasé por muchos problemas, sobre todo por esta bendita lesión- le dice Guerrero a FIFA, mientras hace terapia de contraste en una piscina de agua fría, tras meses de silencio. Guerrero le dice bendita a su lesión, y lo hace dos veces en la entrevista. El bendito proceso empezó en agosto de 2020. Ese año jugaba en Internacional de Porto Alegre, el terror de todo Sudamérica. La CONMEBOL Libertadores estaba en pausa, como el mundo durante la pandemia, y el Brasileirao apenas caminaba. Guerrero disfrutaba su primavera: metía goles como quien recoge flores en un parque. Pero se rompió los ligamentos cruzados.
Lo que vino luego fue una procesión en búsqueda de la cura. Volvió a jugar al fútbol en junio de 2021. Completó 523 minutos en 16 partidos. Hizo un gol. Parecía óptimo. Aunque le dolía. Guerrero se presentó por última vez en campo en un Perú-Chile, el último 7 de octubre, por Eliminatorias. Desde entonces la historia podría sonar como un final bíblico: rescindió contrato con Internacional, no tiene club y lleva más de 215 días sin jugar al fútbol oficialmente. Guerrero, sin embargo, no le teme al tiempo: “Volví a jugar, pero debo decir la verdad: en esa etapa no tuve una buena recuperación. Volví a jugar con muy poco tiempo cuando no debía hacerlo. Todo este tiempo estuve pagando la mala recuperación y eso me alejó de estar en las canchas nuevamente. Pero eso queda en el pasado: ahora quiero estar más fuerte que antes”. Ídolo en sus tierras, Guerrero sabe cómo atravesar el océano de las recuperaciones largas. Es un experto. Tuvo varias en su carrera y también tuvo una sanción que le impidió jugar al fútbol durante casi un año. En aquellos meses estuvo deprimido. Ahora es diferente. Está ansioso. Habla y suena radiante, vital. Mira poco fútbol, aunque admite que vio los dos partidos entre Manchester City y Real Madrid por la UEFA Champions League. No lee los diarios, no escucha la radio, no mira la televisión. No consume nada de lo que se dice alrededor de sus chances de ser convocado por el seleccionador Ricardo Gareca. Se construyó un refugio. Conversa a diario con sus padres. Doña Peta, su mamá, siempre le pregunta cómo se siente. Su papá José le pide paciencia y que se recupere bien porque tiene que volver a su nivel.
Guerrero corre contra el tiempo porque quiere hacer felices a sus padres. Ellos también son las musas del sacrificio, del esfuerzo, de las diez horas encerrado en un predio a miles de kilómetros de casa: “Cuando hago goles soy el tipo más feliz del mundo. Mis papás son felices cuando me ven haciendo goles. Es una satisfacción para ellos. Estar a mi nivel me divierte, me hace feliz”. Guerrero lo dice y se escucha como a un niño ilusionado, y de pronto aterriza, y viene todo lo demás: “Pero por ahora no: ahora me estoy recuperando para volver fuerte, lo mejor posible. Para volver a jugar a mi nivel”.
Una vez, Doña Peta contó que le dijo a Paolo, su hijo, que sería capaz de llegar hasta donde él se lo propusiera. Ahora hay una nueva meta: el 13 de junio, la última estación antes de Catar.
-¿Qué si llego al 13 de junio? Yo por mi selección mato -dice, y suena así, como su apodo: es un depredador-. Yo por Perú juego hasta cojo. Estoy a disposición. Eso va a depender de mí, de cómo esté. Tengo que ser sincero conmigo: lo que más quiero es estar 100% bien y poder jugar sin ningún problema. No quiero adelantar nada, no quiero apresurar nada. Estoy con mi proceso de recuperación. Pero si llego al 13 y estoy en óptimas condiciones… ¿por qué no?- se pregunta.
El trayecto de regreso hacia su mejor versión tiene una hoja de ruta. Volverá a Lima, Perú, a encarar el final de la recuperación. A hacer trabajos de campo. A patear la pelota. Guerrero, que no le teme al tiempo, no se pone fechas. No habla de su futuro equipo. Vive el hoy, aunque suene como un cliché: disfruta de sentirse mejor. Guerrero, que no le teme al tiempo, dice que su anhelo es jugar “muchos años más”. Y dice, también, que los líderes son aquellas personas que se encargan de levantar a un compañero cuando se cae. Guerrero habla y suena como su propio líder: -Es que la vida se trata de eso. Créeme que hay momentos donde uno se puede caer. Pero hay que levantarse. Mi papá me enseñó que si te caes 10 veces, te levantas 11. Todo ser humano pasa por momentos malos. Pero ya va a venir. Este es un sacrificio muy grande. Todo sacrificio trae una recompensa. Y así tenga 1000 años de sacrificio, yo sé que la recompensa va a venir. -¿Y vos qué recompensa esperás? -No sé. La vida te da sorpresas. Me sacrifico porque el fútbol es mi vida. Y yo lo que más quiero es jugar al fútbol.